viernes, 22 de mayo de 2020

CÓMO NO VER A DIOS


Laguna Rapagna
Kilómetro tras kilómetro de belleza natural incomparable: montañas muy altas, inmensas macizas paredes de piedra de colores, las más altas, bonitas y perfectas de Lima, pequeño pasto amarillento porque sobre los 4,000-5,000 msnm solo crece ichu, ríos de voces atronadoras, intimidantes que canta a dúo con el silbido de las ráfagas de viento, noche cerrada, completamente oscura, cielo que no deja ver nada porque es temporada de lluvias, salvo lluvia y escarcha, ese granizo pequeño que cae en la cabeza y ahí permanece unos minutos antes de volverse agua. Las linternas colocadas en la frente apenas dejan ver unos pasos hacia adelante. «Aquí no hay nada», pensé. El termómetro marca 3° bajo cero, es temperatura de congeladora, como para volvernos marcianos andantes, a pesar de la ropa especial el frío lo sientes en la cara, el aire es helado, la respiración es difícil, miré el barómetro mientras pensaba «Hay la misma proporción de oxígeno que a nivel de mar», es cierto, pero la presión es apenas 40% de la presión sobre el nivel del mar. En ese nivel de presión ocurre al revés de la idea que tenemos de presión, no se siente como si a uno lo aplastaran por todo lado para volverlo más chiquito; se siento como si fueras Túpac Amaru cuando lo jalaban cuatro caballos, como si hubieran montones de caballos jalándote cada una de tus células.

SU ETERNO PODER Y DEIDAD

«Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» Rom. 1:20. La misma palabra θεότητα es traducida como deidad y divinidad,  pero ¿qué es deidad? Así como humanidad es la naturaleza humana, deidad es la naturaleza de Dios. Dios está plenamente en nuestro Señor Jesucristo (Col. 2:9) y en alguna medida también está dentro del creyente, pero solo en la medida que su condición caída lo permite, por ejemplo, Él que mora en los cielos no habita dentro del creyente en forma personal sino por fe (Efe. 3:17), lo cual significa que su palabra mora dentro del creyente (Col. 3:16). Esta presencia de Dios dentro del corazón del creyente, que son las arras del Espíritu (arras = garantía; 2° Cor. 1:22, 5:5) o las primicias (primicias = primeros frutos; Rom. 8:23) no es la plenitud del Espíritu porque la humanidad corrupta no puede contener la totalidad de la divinidad hasta cuando se produzca la transformación descrita en 1° Cor. 15:53. Entonces, ¿por qué el apóstol Pablo dice que un día llegaremos a tener «la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» Efe. 4:13? La Biblia nos ordena ser perfectos y santos en esta vida terrenal (Mat. 5:48; Heb. 12:14) porque la ley de los mandamientos está vigente; sin embargo, la diferencia entre ambas posiciones es en cuanto al método de cumplir la ley: mientras unos sostienen que es posible alcanzar la perfección y santidad en esta vida, con la ayuda de Dios, en cambio otros encontramos en la Biblia que la perfección y santidad la alcanzarán recién quienes sean transformados en la Segunda Venida según 1° Cor. 15:53.

LA NATURALEZA
 
«Toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora» Rom. 8:22. Esta tierra a pesar de estar herida por el pecado, que a veces es tan hostil e incompatible con la vida humana, también es preciosa, al grado que es imposible retener en una fotografía o un video lo que realmente uno ve con los ojos, escucha con sus oídos, huele con sus narices y toca con su tacto y saborea con su boca. Cuando nos rodea solo la naturaleza y no se ve ni el más mínimo rastro humano decimos: «Para entender por qué hago trekking, tienes que venir; no hay otra forma para que lo puedas entender». En la transgresión del jardín del Edén hubo víctimas inocentes que, sin haber pecado, desde entonces sufren las consecuencias del pecado: como la tierra que se ha vuelto mala. «Maldita será la tierra por tu causa… Espinos y cardos te producirá» Gén. 3:17,18. Y con el paso de los años también la tierra sufre como si fuera un ser humano por el deterioro que le ocasionan las enormes fuerzas de la naturaleza. Con todo y esta carga del pecado sobre la naturaleza «cuanto me has alegrado, oh Jehová, con tus obras; en las obras de tus manos me gozo» Sal. 92:4.