Federico Lombardi SJ: editorial
Federico Lombardi SJ |
Los dos fueron asesinados por el mismo motivo: porque se oponían a la ley sobre la blasfemia, una ley que en sí es verdaderamente blasfema, porque en nombre de Dios es causa de injusticia y de muerte. Pero uno era musulmán, Salman Taseer, gobernador del Punjab; el otro cristiano, Shahbaz Bhatti, ministro para las minorías del gobierno pakistaní. Los dos sabían bien que arriesgaban la vida, porque habían sido explícitamente amenazados de muerte. Y no obstante no han renunciado a su lucha por la libertad religiosa, contra el fanatismo violento, y han pagado el precio más alto con su sangre.
En el gran discurso al Cuerpo Diplomático sobre la libertad religiosa, en enero, el Papa había rendido homenaje al sacrificio valiente del musulmán Taseer.
Y pocas semanas atrás Bhatti había dicho: “Recen por mí”. Soy un hombre que ha quemado sus naves a sus espaldas: no puedo y no quiero volver atrás en este compromiso. Combatiré el extremismo y lucharé por la defensa de los cristianos hasta la muerte”. Ahora su figura ya sobresale como la de un valiente testigo de la fe y de la justicia.
Mientras estos dos asesinatos nos llenan de horror y de angustia por el destino de los cristianos de Pakistán, al mismo tiempo nos inspiran paradójicamente también un grito de esperanza, porque asocian un musulmán y un cristiano en la sangre derramada por la misma causa. No hay más sólo diálogo de conocimiento recíproco o diálogo en los compromisos comunes por el bien de las personas. Del diálogo en la vida se pasa al diálogo del testimonio en la muerte, a costo de la propia sangre, para que el nombre de Dios no sea transformado en instrumento de injusticia.
En la memoria de Taseer y de Bhatti, en el conmovido agradecimiento por cómo han vivido y cómo han muerto, los verdaderos adoradores de Dios continuarán a luchar – y si es necesario a morir – por la libertad religiosa, la justicia y la paz. ¿Cuál más fuerte estímulo a caminar juntos hacia Asís?
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